lunes, 28 de febrero de 2011

ZUEN ESKUTITZAK

No nos lo merecemos

Yo al menos lo tengo claro. Cualquier forma de gobierno que carece de oposición, sin temor a la duda, corre el riesgo de hacer y deshacer a su antojo y degradar día si y día también las normas que deben regir un funcionamiento mínimamente democrático. Y lo peor de todo es que, cuando esa forma de gobierno monocolor y monopartidista no necesita rendir cuentas ante nada ni nadie, e incluso con el paso de los años ve intocable su hegemonía como ocurre en Arrankudiaga, dicha degradación es asumida con resignación por los vecinos y las vecinas que la soportan. Hasta el punto de que en muchos casos la resignación se acaba “llevando con cierta normalidad”. Pues yo me rebelo. Estoy en contra de que nuestro alcalde funcione como un caudillo y me considere un súbdito más que tenga que callar por mucho que oiga o vea. Me niego incluso a que como mucho se me otorgue “licencia” para chismorrear en voz baja en la plaza o por los bares. Como si el derecho a la crítica en este pueblo solo pueda ser ejercido en función de si el afectado sea o no vecino o vecina del pueblo, de “siempre del pueblo” o haya hecho más o menos “favores”. Eso si, dependiendo también de a quién se hayan hecho esos favores y de qué amigos tengas, todo hay que decirlo. Y es que en estos ocho años (nada más ni nada menos) en los que el PNV gobierna en solitario en el pueblo, han sucedido y están sucediendo una serie de graves y turbios episodios sobre los que yo al menos dudo que haya un buen montón de gente que no se entere. Y lo dudo porque hay muchos vecinos y vecinas que en “petit comité” manifiestan con total seguridad de que “esto se ha tapado porque les conviene, esto se ha concedido por ser familiar del alcalde o aquella está trabajando por ser quién es”. Incluso, te aseguran con la certeza del que tiene datos, que para conceder una cosa se ha estado largo tiempo “cocinando” a parte o que ciertas condiciones de trabajo se han elaborado “a medida” para alguien en concreto. Arrankudiaga y Zollo no se merecen esto. No somos ese pequeño pueblo aislado de la sierra andaluza en el que todo lo que digan o hagan el “señorito” y su fiel ayudante vale y en el que sus ciudadanos prefieren mirar hacia otro lado. Además, se da un fenómeno curioso; aquellos que no cuidan ni las formas ni las vergüenzas para hacer lo que les viene en gana consiguen que sea el resto el que piense que “es mejor no decir o hacer nada porque todos nos conocemos, todos vivimos aquí, las crías…”. Y así sigue la bola; ellos a lo suyo porque les va bien, y los demás a ver y callar como si no tuviéramos hijas o no viviéramos aquí. Por último, soy también de los muchos que creo que en un pueblo por pequeño o grande que este sea, suprimir la raya que diferencia la amistad del amiguismo o el favor del favoritismo solo va en detrimento de la convivencia. Un pueblo no es una secta ni un ayuntamiento una empresa privada, por lo tanto, que a nadie se le olvide que cuando se marcan las cartas en beneficio de unos o de una, se está perjudicando a otros u a otra pero… con el dinero de todos y de todas. Y que nadie se equivoque, ya que esta forma chapucera, arbitraria e injusta de hacer las cosas es lo que deteriora de verdad la relación en un pueblo, y no su denuncia. Ah, por cierto, ojala fuera tan fácil obtener trabajo como adivinar para quién era el puesto en Etxaukera. “Ande yo caliente…”
Ozenki

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